viernes, 4 de julio de 2008

Febrero (segunda parte)

Irene hacía dos meses que ya no vivía conmigo. Era una despedida que había empezado mucho antes pero se dilataba siempre y nos dejaba el mal sabor de idas y venidas, una fama de nómades. Luego, el cordel se fue cediendo de a poco hasta que hubo un vago recuerdo del nudo. Ese día no durmió en mi cama y de un portazo se llevo sus discos de Dylan. De todas formas ella me había dado un diagnóstico severo tiempo atrás de cómo venían las cosas, pero como otras veces, rumiaba la idea pero jamás la tragaba. En cierta forma estaba listo, desecho pero listo. Di vuelta algunos portarretratos y puse un disco de floyd que a pesar de todo era un lugar a donde podía disimularme. Siempre fuimos distintos. Ella odiaba floyd y que no le prestara atención a su ropa nueva. Yo detestaba a Sabina y que se tomara tan en serio la vida. Pero teníamos piel. A su ritmo las cosas se fueron amalgamando, ya estaba lejos. Pero llegó Febrero, el que nunca trae buenos augurios. Fue año bisiesto y no hay nada de superstición en eso pero el mundo se mueve diferente y nosotros encima también. Yo jamás confiaba en febrero. De apoco esos momentos que las canciones ya no encierran ni los portarretratos, reaparecían. Afloraban desde la almohada como la humedad de febrero del piso. Gimoteaba mirando el techo. Me hacia acordar a los atolones. Como esos corales, tardaban meses en apilarse uno tras otro, formando una pequeña montaña. Luego salía a la superficie y se podía ver desde lejos como una isla. Y pensaba en ella jugando conmigo en el pasto, la noche en el entrepiso del ascensor, como fastidiábamos al encargado con nuestras historias de perdidas de gas que no existían. Como le había robado un beso en el portón de su casa. Tenía puesta una camisa a lunares esa noche. Ella era un atolón. Perforándome de apoco para salir a la luz. Sublimándose de mi yo. Ya no podía esconderse porque el rumor de su voz lo sitiaba cuando menos podía defenderse, cuando no estaba sobrio, en los sueños que la madrugada húmeda evocaba y enredaba en su mente como las sabanas pegostiosas a sus piernas; para colmo el ventilador balbuceando lentamente. Todo era un presentimiento de que febrero bisiesto iba a ser largo para no dormir.